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Reseña

TODO ESO OYES (novela)
"TODO ESO OYES" por Isidoro Blaisten (12/07/89)

Todas las presentaciones de libros que se precien deben comenzar así:

 

1) “Este libro es una metáfora del país”,

 

2) “La autora repliega su escritura hasta la inflexión más íntima del discurso, que se convierte (el discurso) así en una reflexión sobre el lenguaje”,

 

3) “La notable factura de esta novela revela y devela el impecable uso de los distintos niveles de lengua”, y yo no soy quien para modificar este comienzo. Además creo que este es un libro que se precia. Y además creo seriamente que esta es novela de equilibrio y armonía, sencillez y serenidad, medida y razón. Dije “medida y razón” y pienso en la deslumbrante fórmula de San Agustín: “La razón humana es una fuerza que conduce a la unidad”.

 

Creo que son tres los grandes meridianos a partir de los cuales se estructura esta novela. Ellos son, y para mí, a saber: las cartas, el eco y la memoria. A través de las cartas, se recupera el eco y se toca la memoria. La unidad se establece en la búsqueda. Todos los personajes van en busca de un pasado y la fuerza que conduce a la unidad se orienta entre cartas que se mezclan y ecos que se escuchan.

 

Son cartas que se escriben, pero son cartas como naipes, y como en el juego de las cartas hay que dar vuelta los naipes para conocer las basas. Cuando el juego ha sido dado, la novela ha sido escrita. Como en todo juego de cartas se escamotea la verdad, se intercambian veladuras, se comercia con sutilezas.

 

Entonces, el interés narrativo está en el ocultamiento, en el revés del naipe, en el dorso del suceso, en la baraja dada vuelta. Lo desconocido provoca la ambigüedad. En esa adivinación reside para mí la esencia y el intento de toda literatura.

 

Hablé de otra orientación esencial, la resonancia. Creo también que la literatura es un sistema de resonancias, un eco de ecos. Como diría Homero Manzi, “ese piano y esas cartas guardan ecos de tu voz”. En la conjunción del recuerdo y las voces del pasado se origina la encrucijada. Los personajes no tienen voz sino eco. Tal vez por esa razón, en la carta que se llama “Donde para escapara de la realidad, Ciriaco Larra comienza la posible historia de Sonrisas”, dice:

 

“Tal vez por esa razón, porque la ficción es un juego inocuo donde yo invento la realidad y establezco las leyes, cada tanto decido escapara de ‘lo real’ y retomo este manuscrito, que se está convirtiendo en una empresa interminable”. Juego, empresa interminable. Cartas mezcladas, eco interminable. Tal la literatura.

 

Como en la estrofa de Almafuerte, la literatura sería:

 

“La repercusión del verso / la placa donde resuena / la formidable y la serena /

rotación del universo.”

 

La otra constante de este libro es la memoria. En un lugar de la novela, se dice: “Papá sonreía sólo cuando sentía fastidio”. Creo que aquí la tensión es una intención que se manifiesta a través del equívoco. Si la voz es la memoria, el silencio es el olvido. Soy porque resueno, sonrío porque no quiero oír. Y no quiero oír porque, como escribió Seferis, “La memoria, donde la tocan, duele”.

 

Cartas, eco, memoria, originan aquí la fementida, la transitada, la fatigada, la no siempre visible, la casi siempre invisible e inexistente, “metáfora del país” que figura en todas las novelas que se publican últimamente en la Argentina.

 

Creo que en Todo eso oyes  la parábola se cumple y la metáfora se crea. En la página 33 se lee:

 

“Hace algunos años, dos muchachos casi albinos con traje oscuro, camisa de mangas cortas y corbata, se dejaron ver de repente, valija en mano, en medio del campo.Mi padre les salió al encuentro dispuesto a echarlos, pero a mitad de camino caludicó. Después comentó que los misioneros gringos le infundían el mismo temor irracional que las gitanas y que confusamente sentía venir de todos ellos un mismo designio, que de no llevarse a cabo atraería sobre él una maldición. Y si bien papá no era religioso temía la maldición fuese ésta divina o gitana”.

 

Podemos inferir que estos gringos, albinos o no, son los que cambiaron el país hace 100 años. Esta presencia pudo parecerles a nuestros abuelos la maldición de la gitana, porque de nada valió la xenofobia. Y hoy, aquí y ahora, entre los despojos de un país, azorados, perplejos y asustados, nos miramos a los ojos y debemos volver a empezar, y ya no podemos claudicar a mitad de camino y este designio es irrevocable y sabemos que, de no llevarse a cabo, atraerá la maldición, y si ésta no es la metáfora, la metáfora ¿dónde está?. Y como todas las presentaciones de libros deben terminar el algún momento, voy a terminar.

 

Termino así: creo que este es un libro de medición, riguroso y terso, límpido y poético, que es una metáfora del país, que reflexiona sobre el lenguaje y nos muestra la pericia de la autora en el uso de los distintos niveles de lengua.
Nada más, muchas gracias.

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