Reseña

TODO ESO OYES (novela)
"ESCRIBIR A MANOS VACÍAS" por Esteban Buch
(Diario Río Negro, 18/08/89)
En un pueblo pueden oirse todas las voces: todo eso oyes. En este universo de entrecasa (entre las casas) cada voz es un fragmento de destino o de azar, y una historia completa se teje de la boca de unos pocos hilos. Las relaciones personales de amor y odio se ensanchan hasta querer abarcar el funcionamiento de una comunidad, hasta convertirse en modelo o espectro de una comunidad.
Así es Manos Vacías, el lugar de la novela de Luisa Peluffo: un paraje en ninguna parte de la Patagonia, a la cual lo fijan la memoria de los mapuches y el servicio social de la radio (A Milagros Illapan, de Árbol Tonto, que su hermana Obdulia la espera el sábado en el puesto de la abuela). Algo menos que un pueblo, algo más que unas personas: ámbito intermedio de bordes difusos, donde caben, confundidas, desde la crónica familiar hasta la crítica política.
Sobre las casas, el viento de antiguas leyendas; bajo las casas, la historia. El país es un asunto de subsuelos: el tesoro escondido de los mapuches de antes de la Conquista del Desierto – buscado y nunca encontrado – se ha transmutado en cuerpos mutilados de desaparecidos – hallados sin búsqueda.
En la superficie está la correspondencia entre Ciriaco Larra y José María Peñafiel, iniciada en 1928 y continuada durante décadas. El texto se forma en primera instancia con las cartas que ellos se cruzan en tamto “intelectuales” del pueblo, como un caso patológico de novela epistolar. Esta correspondencia se diluye con el avance de las cosas, hasta convertirse en un simulacro desbordado por una historia que sus propios autores dejan de dominar.
Así es como Larra, antiperonista entusiasta, dice que intenta escribir una novela – cuyos fragmentos va anticipándole a Peñafiel – como una evasión de la realidad política: “Porque la ficción es un juego inocuo donde yo invento la realidad y establezco las leyes, cada tanto decido escapar de ‘lo real’ y retomo este manuscrito”. Pero algunas páginas más adelante llegará una observación de su corresponsal: “Realmente no sé si este fragmento de ‘La razón de mi vida’ traducido al inglés pertenece a la ficción o a la realidad; ni si correspondería incluirlo o no en el manuscrito. Lo que sí puedo decir es que por aquí no se habla más que de Evita; incluso en un rancho perdido como el de la abuela Illapán, adonde ni siquiera llega la radio”.
Peñafiel tiene dudas, Peluffo no: en su texto el fragmento está. Una categoría presenta sus favores: la de lo real maravilloso en la literatura latinoamericana, tamizado por la continua reflexión metadiscursiva.
A este campo donde un animal habla, donde un cuento puede ser dos, donde un hombre nace sin ojete, acuden resonando otros pueblos ilustres de esa literatura: Comala, en primer lugar y por razones obvias. El pueblo de Pedro Páramo de Juan Rulfo es el inspirador explícito, de allí está tomado el nombre del libro de Peluffo. Desde “Todo eso oyes” se le responde al mexicano con desesperación: “todo eso oigo y ya no quiero oir más”.
Pero Manos Vacías está atado a la Patagonia como una espiral descendente. La disolución paulatina de esa “correspondencia” formal va dando lugar a un ordenamiento menos inocente; la lógica de un asesinato. Se teje así una trama pasional que insinúa la metáfora política, campo donde aquella se cierra y se potencia. El resultado es una disgregación: del pueblo, de los personajes, de la historia, del relato.